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julio 26, 2017

Día 8 - Guggenheim y Estatua de la Libertad desde el ferry a Staten Island

Nos acercamos al final del viaje. Este es el último día que pasaría en Nueva York de manera operativa (puesto que mañana, con levantarme descansado, dar un pequeño paseo e ir al aeropuerto, no me daría para mucho más).

El objetivo que tenía para el día de hoy era muy simple: visitar el último museo de los que tenía pensado visitar en Nueva York (el Guggenheim) y ver con mis propios ojos la tan conocida Estatua de la Libertad.

El Solomon R Guggenheim es un museo que ya destaca desde fuera por su innovadora arquitectura (no en vano, los que hayáis estado en el de Bilbao, o lo conozcáis por fotos, sabréis que la arquitectura de sus edificios, es una característica de estos museos).

En su interior había una exposición sobre el Futurismo Italiano (del cual, honestamente, no tenía ni puñetera idea), pero una de las cosas que más me gustó de este museo, fue el hecho de que realmente era pequeño y está pensado para que no tengas que ir pensando con un plano qué es lo que quieres ver o no.

Comienzas una ascensión en espiral desde la base del museo, hasta que llegas a la parte más alta, donde se acaba la exposición. En este pasillo infinito que va en espiral, es donde vas encontrando los diferentes cuadros, cosa que la verdad, después de haber navegado en la inmensidad del Met, agradecí mucho.




Una vez visitado el museo, haber hecho una parada para comer fui dando un paseo hacia uno de los miradores que hay hacia la Estatua de la Libertad en pleno Manhattan (Battery Park se llama el parque, y es muy agradable, junto a la estación de ferries).





Es cierto que la había ya visto en el vuelo de helicóptero (si habéis visto el vídeo del día correspondiente, también vosotros la veríais), pero me apetecía darme una vuelta hasta la salida de ferries hacia Staten Island y poder verla en el viaje de más cerca y disfrutar del paseo en barco.

Lo primero, el ferry es gratuito (¡una de las pocas cosas gratuitas en Nueva York!), pero lo más curioso es la historia:

Resulta durante principios del siglo XX, se creó la compañía de ferries y el precio aunque fue creciendo, acabó siendo de alrededor de 50 centavos. Como el dueño de la compañía, iba a jubilarse, decidió donar el ferry a la ciudad de Nueva York a cambio de que nunca subieran la tarifa de 25 centavos.

El hecho es que poco antes del 2000, la ciudad de Nueva York decretó que era tan difícil gestionar el cambio de 25 centavos, que el servicio pasaba a ser gratuito, por lo que aunque hay posibilidad de visitar la isla y entrar en la Estatua de la Libertad a través de diferentes tours, yo decidí optar por la opción gratuita.

Las colas que se hacen son bastante grandes para los ferries, por lo que os recomiendo estar atento al horario e intentar llegar justo cuando haya acabado de zarpar el anterior, de esta manera, entraréis seguro aunque tengáis que estar un rato esperando.

El trayecto de ida, si vais en la popa del barco, destaca aparte del paso por la derecha de la Estatua de la Libertad, el hecho de ir viendo cómo se va alejando la típica estampa de los rascacielos de Manhattan.



Lo mejor del trayecto de vuelta, es imaginar cómo sería esa imagen de encontrarse a la Estatua de la Libertad de frente, cuando aquellos europeos que emigraban por motivos económicos en su mayor parte, llegaban a un país desconocido para ellos, tras una enorme travesía. Los que hayan visto el final de la película de Titanic, sabrán a lo que me refiero.





Una vez realizados los viajes, decidí darme un último paseo por Broadway y acabar por comprar algunos recuerdos en las tiendas que había por allí. Mañana toca día duro y es hora de recapitular, establecer conclusiones sobre el viaje a Nueva York y prepararse para el durísimo jet lag (como sabréis aunque algún día hablaré de ello, es peor viajar al Este que al Oeste).




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